NARRACIONES SOBRE HERVÁS (Arsenio Muñoz de la Peña)
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Como hace tiempo que no lo hacíamos, la presente entrada de Trasuntos de Hervás vuelve a tener un carácter literario (dedicado a Hervás, no podía ser de otra manera). Y lo haremos de la mano de un autor, Arsenio Muñoz de la Peña, al que ya dedicamos otra entrada en este blog, aunque aquella vez fue para hacer un recorrido por determinados modismos locales: Palabras de Hervás por Arsenio Muñoz de la Peña.
Haremos una transcripción (trasuntaremos) de tres textos cortos de este escritor encontrados no hace mucho en la revista Alminar. Esta revista, de edición mensual, fue el fruto de una colaboración entre la Institución Cultural Pedro de Valencia, de Badajoz, y el diario HOY y se editó entre enero de 1979 y marzo de 1984, momento en el que dejó de publicarse después de haber salido a la luz un total de 52 números editados (hemos tenido acceso a esta revista a través de los fondos digitalizados de la Biblioteca Pública de Don Benito).
Tal y como se indicaba en la editorial del primer número de la revista, la misma nacía con el objetivo de "la defensa y revelación de nuestros valores: literarios, artísticos y científicos. Defendemos nuestras buenas letras, la tradición, el paisaje, los valores permanentes de nuestro ser regional. Este objetivo necesita de una adecuada y especial difusión, y esa es la causa material que justifica la creación de `Alminar´". Como es una revista poco conocida y que no es fácil de encontrar creemos oportuna la transcripción de los textos para el conocimiento de la población hervasense.
Repasando la totalidad de los números editados de la revista, no hemos encontrado apenas artículos dedicados a Hervás, pero sí aparecen 3 artículos literarios en los que Hervás y su entorno es el protagonista: son los artículos que trasuntaremos en esta entrada.
Los tres artículos indicados fueron escritos, como dijimos, por Arsenio Muñoz de la Peña, un escritor prolífico que tuvo una relación estrecha con Hervás y que colaboró con escritos en una buena cantidad de Revistas de Ferias y Fiestas de los años 60 y 70 del pasado siglo. Tal como indicamos en su momento, Arsenio Muñoz vivó su niñez en Hervás, hace un siglo aproximadamente, ya que era hijo de D. Braulio Muñoz, que ejerció de maestro en la escuela unitaria del Convento por aquellos años. Arsenio Muñoz de la Peña, que acabó ejerciendo como maestro en Badajoz y falleció en 1999, fue un notable escritor de narrativa, poesía, cuentos y artículos de prensa y, además, intervino como acompañante y cicerone de Camilo José Cela en la visita que el premio Nobel de Literatura realizó a Hervás en 1952 -y que también narramos en dos entradas en este blog en 2018-:
El primero de los textos que vamos a trasuntar lleva por título Hervás del aire de oro, fue publicado en el nº 1 de la revista Alminar en enero de 1979:
HERVAS DEL AIRE DE ORO
Hervás es la villa del aire áureo. El aire de Hervás parece laminado por un batihoja y todo toma una tonalidad de metal líquido, con piel de terciopelo malva.
Hervás es familiar en la plaza de La Corredera, recoleta en el Convento, burguesa en El Robledo, festera en San Andrés, hebrea en el Rabilero, municipal en el Collado y maternal en los patios, corrales y huertecillos que la circundan.
Los cuatro caños de la fuente de La Corredera parece que salen de las entrañas de las madres hervasenses. Los arcos de la plaza se abrazan por arriba, cual mozos jándalos, en noche de ronda.
La plaza del Convento, con sus casonas de la parte derecha, que tienen huertos por donde corren arroyos que riegan las lechugas y los cerezos, las patatas y los ciruelos, que se ven desde la ventana de la cocina, es una conjunción de civilización y naturaleza divina.
La plaza del Convento, con su iglesia, de anticipado atrio, los callejones frailunos que llevan a otros patios, a más claustros, a más celdas, a clase y más huertas, son misteriosos, inquietantes y seductores.
El coquetón Robledo, rodeado de chalecitos burgueses, de fuentes artísticas, de piscina municipal, de chopos frondosos, de paseos arregladitos y de macizos de plantas cuidadas, es un descanso y un bálsamo para el espíritu.
El monte Gallego de San Andrés, superpoblado de castaños, con su antesala del río Pedrogoso, sus fuentes por todas partes, su ermita del milagrosos Cristo de la Salud, huertas jugosas que le rodean, rotondas que le hacen más humano, plaza de toros cercana y jolgoriosa, carretera salvaje, majestuosa, que le une con el valle del Jerte y jungla de machoteras jóvenes, es una armonía de naturalidad y divinidad.
El Collado espeso y concejil es plaza de manifestaciones y cabildeos, idas y venidas de los ediles, instancias y oficios, papeleo y póliza de cinco pesetas, sello móvil y quietud en la tarde.
Calle del Barrio Judío de Hervás
Fuente: Alminar nº 1
Pero para nosotros, niños de pocos años, Hervás era la señora María, la dulcera, la mujer del señor Honorio, los que tenían el puesto en medio de los soportales de La Corredera. Y el tío Cachena, el que subía, con un mulo, a la sierra, lo cargaba de nieve en los serones de esparto, cubierto con helechos y pajas y lo traía a la villa y nos vendía la leche helada.
Y la Daría, la mendiga oficial, que iba cojitranca, empañuelada, enlutada, delgada y meliflua, por las casas y su única petición era:
- ¿Hay pringue?
Y una mujer le daba una panilla de aceite y otra un pedazo de tocino, alguna un pedazo de pan o un puñado de higos.
Ahora, que el rey de los carnavales era el tío Juanito el Largo, que se ponía sobre su cabeza una peluca, llena de imitados y enormes piojos y cuando pasaba junto a alguna niña finolis, se los quitaba de la cabeza y se los echaba en el pelo de la linda coqueta.
Y otros días cogía el palo , ataba un higo en el extremo del hilo y nos hacía el aliguí con mucho salero.
Y el tío Fuste, el que bajaba de San Andrés, con su garrota en la mano, su piropo a flor de labios para toda chica joven que a su lado pasase y sonriendo, que por los bigotes blancos le chorreaba la alegría.
Ahora que, de Hervás, a la persona que más queríamos José y yo era a la tía Juliana "La Barrila", que hacía oficios a mi madre, en casa. La tía Barrila era lo más sucio que pueda imaginarse. Hasta en las grietas de la cara llevaba porquería. Y entre las uñas. Y en el cuello. Y en los vestidos. Pero nos pegaba unos besos y unos abrazos exclamando: "¡Ay, mis niños, pero cuánto os quiero!", inolvidables. Su marido, el Tío Serio, era taciturno, seco, callado y trabajador. Nos cultivaba la huerta que había detrás de casa con mucho primor.
El Tío Serio también nos mataba el guarro para la matanza, traía leña para la cocina y otros muchos servicios.
Como caídos por una ley natural de la gravedad, casi todas las noches llegábamos a la casa de la tía Barrila. Allí estaba ella, junto a la lumbre encinera.
- "!Ay, mis niños¡"...
Nos daba los besos y abrazos acostumbrados y ya nos llenaba las manos de castañas, nueces, higos secos y manzanas.
Después nos hacía comer, de un pucherito de barro, arrimado a la lumbre, sopas de ajo, con huevo escalfado, el torreznito de tocino, el pedacito de chorizo frito y un pedazín de morcilla de calabaza.
Aquel día, por la mañana, habíamos ido José y yo a una finca de la tía Barrila que estaba como a dos kilómetros del pueblo. Recorrimos el camino montados en sendos borriquillos. José cogió el que más corría y lo tumbó. Fue mohíno el resto del camino.
Era en el mes de octubre. En la finca nos pusimos a sacar patatas. Hacía una temperatura de paraíso. La tía Barrila trabajaba tanto o más que un hombre.
No hacía más que decirnos:
- Vosotros no trabajéis, hijos, que sois unos señoritos.
Y José le hizo caso, abandonó el trabajo y se preparó un columpio en la higuera que estaba junto al pozo. Total, que una rama cedió y se cayó por los suelos. Se levantó magullado y con muy mal humor.
Después la tía Barrila ordeñó las cabras y nos dio leche, en una cuerna de asta de toro.
Volvimos a casa al anochecer. Yo no sé, del todo, si el aire de Hervás es de oro, pero sí estoy seguro que el corazón de tía Juliana "La Barrila" lo era y del bueno.
Portada del nº 1 de la revista Alminar
El segundo de los artículos de Arsenio Muñoz referido a Hervás apareció en la revista Alminar nº 41, de enero de 1983, y lleva por título: Un río serrano extremeño (en referencia al río Ambroz).
UN RÍO SERRANO EXTREMEÑO
El serrano río extremeño brota de las entrañas de la norteña sierra y la leche de la nieve se hace linfa verde entre los orillados dientes. Un tumulto de escobonas cabezotas enhiestas bordonean sus gracias. Hay unos canchos mofletudos que hacen payaseras piruetas para que el niño río alce su contento.
El chiquillo río se abre paso con sus gracias y saca a relucir su cuchillo de hielo para tajar las graníticas cuerdas que intentan sujetarle.
La nieve madre, en su redor, le acuna y le mece, le abriga y le mantiene, tiende a entenderle y extiende albos pañales para su limpia mañana.
Se enternece con él la nieve madre y se deshace en lágrimas tiernas, para que crezca y corra, triscando entre duros peñascos; para que se haga un jándalo garzón y lleve reflejada en su cara la sombra del altivo chopo y del avellano salvaje, mientras unos pinos alabarderos le escoltan con sus lazas en alto, haciendo pareja con las espadas antiguas de los lirios milenarios, lictores romanos de su paso legionario.
El río serrano besa a la boca de la roca y le sabe a miel de rosa.
Las escobas restallan las vainas y chasca lo vegetal en honor de la danza mineral, convertida en naturaleza que anda en forma de agua.
El río Ambroz es un comilón de nieve y se atosiga en la hondonada cubierta de manta alba.
El río serrano, en día de infantil fiesta serrana, paladea las almendras de las piedrecillas sueltas y pelotea con el globo de la nube que pasa, bailotea con el alevín de trucha y abraza el junquillo temblequero.
El río Ambroz, a fuerza de glotón, se va robusteciendo cuesta abajo y recibe ya al hermano arroyo que le cuenta cuentos loberos, argucias de la raposa astuta y soledades del cabrerillo suelto...
El río Ambroz empuña su cuchillo de acero y se abre paso entre las peñas que se empeñan en detenerlo, no escucha la engañosa voz de la pesquera enamorada y pasta el pasto enhebrado en guedejas de esquirlas herberas.
Puente de la Fuente Chiquita
Fuente: Alminar nº 41.
El río serrano sigue hacia el sur de la cacereña comarca y aquí con un esguince y allá con un guiño, ora con un quiebro y ahora con un requiebro, se pone mocetón, con gorguera de espumas al cuello, derrochando bufaradas de satisfacción ante el avionero caballito del diablo que quiere bombardearle, la trucha que le muerde los talones y el perfil culebrero de la bicha del agua, que se escama y se esconde en la orilla cercana.
El río ya piafa, cuesta abajo, como un potro mocero y da patadas irisadas al aire solero, corcovea majestuoso, bajo el yugo del puente y se le inflan las narices en la pequeña cascada inesperada. Canturrea cerca de las plantas de las almenas castellanas y se hace un chiflo silbador con aire y carne de cañas. Toca el tambor batiendo la piel de la canchalera extensa y ya es el chavalón, barbián de la comarca.
Pero el Ambroz donde forma la marimorena de la fiesta es en el lugar llamado Las Chorreras. Se lanza desde lo alto del trampolín, quedando en el aire una cabellera de hervasense niña bella.
Baja el río y empieza a hacerle guiños a las pintas cerezas y a las ciruelas claudias, a las guindas de tomatillo y a las uvas de moscatel, en el huerto del abuelo. Se deja de atar por las corderas de los surcos y entra en las regueras, repartiendo jugo tierno, dejando allí la esencia azucarada de sus tuétanos.
Y un instante antes de llegar a Hervás, en un caminito que tú y yo sabemos, junto a la pesquera que de la Fresa llaman, bordonea entre prados jaderos, árboles que entoldan el curso del río y hace un extenso baño, para que bajo el puente Afrodita nade entre espumas.
Luego coquetea con el barrio hebreo, dirige su última mirada al Puente de Hierro, charla con Rebeca y Raquel, salmodia cantos del Libro de Salomón, reza en la sinagoga, romancea en la Fuente Chiquita, bromea con el caño del tío Julián, se dirige hacia La Abadía, con rumor de hortelano fraile viejo y se entrega, en coriana zona, al guapo Alagón, que , a destajo, a marchas forzadas, va buscando al Tajo, su hermano mayor en honor y amor.
Portada del nº 41 de la revista Alminar
Finalmente, el tercero de los artículos de Arsenio Muñoz en la revista Alminar apareció poco después, insertado en el nº 43 de la revista de marzo de 1983 y llevó el título de: Los cerezos extremeños.
LOS CEREZOS EXTREMEÑOS
Ni el sol y la nieve habían casado, todavía, para hacerse rojo bocado de amor, con forma de cereza, en la bella serranía extremeña. Habían flirteado, pero no habían llegado a la orgiástica unión, en la negra noche de los tiempos.
Los bancales de tierra montaraces bajaban, saltando a la pata coja, desde el cabezo a la vallecina, corriendo raudos con los ciruelos a la espalda.
Los cerezos eran árboles desconocidos en los valles extremeños.
Las huertas, que ceñían el talle a la hermosa villa de Hervás, estaban recorridas por arroyos serranos que bailaban la acerada danza limpia por los surcos de labios carnosos, entre los melocotoneros y los albérchigos.
Los castaños, con melenas de erizados pelos, punzaban el aire azulenco, entre granados y ciruelos melados.
Los nogales, con torsos de antiguos hidalgos enhiestos, repartían sombras frescas por caminos que van serpenteando de Romañazo a Marinejo.
Las pomaradas, con caras satinadas en piel de serrana dama, mostraban sus principescas faces entre finuras y devaneos.
Unas vides, con patas de sarmientos rastreros, enredaban, cual chiquillos traviesos, jugando entre los tresbolillos oliveros, circunvalando al pueblo. El fresón guiñó el rojo ojo a la mora bella y del coqueteo tierno nació la frambuesa, mitad monje, mitad abadesa, en la huerta que dicen de los Frailes, cuando la pradera se hizo azucarada gotera diaria.
Las claudias ciruelas tradicionales, de antañona y noble familia romana, que llaman Claudia, seguían siendo las reinas de la comarca, escoltadas por la fámula de la guinda del tomatillo, servicial y hogareña.
Pero hay una prosaica historia sobre el hecho de la aparición del cerezo. Explican los hombres viejos del lugar que un hervasense, maestro en el arte de atender niños y cultivar huertos, trajo, de no se sabe dónde, unos árboles pequeños y los fue plantando en su propia heredad, a las espaldas de su casa. El maestro hervasense, don Modesto Sánchez, desde los balcones de su domicilio, veía la sierra de cabeza grisácea, mecheada con las flores amarillas de los escobales apretujados, en continuo cuchicheo; las torrenteras hirvientes que estañaban laderas de hierro; los caminos duros que suben a La Manguilla, donde se encuentra la fuente santa, con un humanado árbol que se ha inclinado, paralelo al suelo, para ofrecer al sudoroso caminante cómodo asiento...
Pero algo faltaba en el Valle del Ambroz para rematarlo en cúspide de belleza y aquel maestro hincó cerezos en la tierra madre. Los campesinos tradicionales de fincas colindantes se rieron de su empeño. Se equivocaron, porque llegó una primavera que los árboles se alzaron jaraneros, con caras de fiestas nuevas y surgieron blancas mariposas floreras, entre las verdes hojas, abriendo esperanzas ciertas. Se había obrado el milagro. La nieve se había descolgado por un rayo de sol y del dulce himeneo brotó el rojo piropo del cerezo.
Imagen del Valle del Ambroz
Fuente: Alminar nº 43.
Ya las fresas no eran más que hermanas humildes camineras, durmiendo la siesta entre los almohadores de la surcada tierra. El tilo del casero jardín, con las bolitas minúsculas de sus flores, jugaba a las canicas con el hueso del cerezo. El granado abrió su hambrienta bermellona boca y saboreó el bocado nuevo. La maravilla resultaba ya un hecho real y consumado en todo el viejo valle vetónico del dios Ambroz. La flor del cerezo era la nieve desposada con el fuego del cielo.
Al iniciador maestro le imitaron todos los huertanos de los alrededores. Surgieron remaches encarnados entre los árboles de los antiguos tiempos.
Del Valle del río Santihervás se alzó una canción que rimaba con la del colorino y el jilguero. La cereza de Hervás hablaba lindamente con pico de limón. Relucía en cresatén rosado y era ambrosía del Ambroz.
El cerezo se fue extendiendo por El Montemayor de las romanas caldas volcánicas y por el Puerto que abre paso entre Extremadura y León y por la Garganta de los "paporros" laboriosos.
Vinieron gentes del Valle del Jerte y desde los Galayos a Pinajarro miraron el milagro de la nieve rosada en fruto tierno. Cabezuela y Tornavacas, Jerte y El Piornal celebraron la fiesta repicando las castañuelas de sus castaños. En Valdastillas sembraron cerezos hasta en la puerta del Cristo milagrero. Igual en El Torno, Rebollar y El Cabrero.
Y es que, ahora ya, por todos los valles extremeños, las flores de los cerezos son un albo canto anticipado a la eclosión de la primavera, una orgía natural, un cordero pascual, por el prado empingorotado...
Ahora ya por todos los valles extremeños hay jarana floral con el advenimiento de los cerezos primeros.
La nieve, la novia del invierno, se ha posado en las esmeraldas de los árboles y ya toda nuestra tierra es una desposada coloreada con la alegría de la boda, pintada en sus vegetales cabellos.
Portada del nº 43 de la revista Alminar
Como indicamos más arriba, Arsenio Muñoz de la Peña fue un asiduo colaborador de la Revista de Ferias y Fiestas de Hervás. Para aquellas personas que puedan estar interesadas en leer sus aportaciones literarias sobre Hervás, ahora que se han digitalizado y puesto a disposición pública buena parte de nuestra Revista de Ferias, enumeramos el título y año de algunos de sus artículos:
- 1962:
- 1963:
- 1965:
-1967:
-1969:
-1971:
-1994:
Copyright © 2023 Pedro Emilio López Calvelo
Creo que tengo un pequeño libro tamaño octavilla de Arsenio Muñoz de la Peña. Dedicado. Un regalo a mi padre
ResponderEliminarProbablemente sea el que escribió sobre Los viajes de Camilo José Cela por Extremadura. Tiene ese tamaño y tuvo bastante difusión.
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